jueves, 16 de febrero de 2012

"Alimento", por Raúl Zorrilla F.

“Alimento” Por Raúl Arturo Zorrilla.

Aquel lugar de cálida iluminación resultaba de primera impresión agradable. El mobiliario de madera y los calentadores ofrecían, de la misma manera que la mano de una dama acepta bailar contigo, la entrada al lugar. Esperando calmar la sensación de frío que nos arroja instintivamente a éste útero, en un movimiento de regresión a la madre, al primer marsupio, desconocido llego aqui. Los comensales se notan aunque ya entrados en calor, nerviosos. La ansiedad provocada por la expectativa ahora, del plato que pueda saciar su “hambre”. Acaso no un sentimiento visceral sino metafísico rodea la materia oscura del lugar, atmosfera invisible cargada de electrones agitados de los que sobreviene cierta angustia perceptible más allá de la conciencia.

Curioso el ser humano es, siempre al alba de algo, de alguien, aunque no sepa lo que al final le será revelado. ¿Este lugar será “aquel” que se anhela al morir?..

Me encontraba de nuevo en aquel sitio, ¿dónde?... de manera extraña tampoco lo recordaba; curiosa figura se mostró ante mí, con la actitud corpórea de alguien que sirve, que recibe órdenes. Decidí darle mi sombrero para acceder al recinto; yo, vagando desde no sé donde, de qué tiempo ni de qué espacio lo observo acercarse, vacío, como todos los que llegan aquí, inesperado, súbito, caminando tal cuál lo hacía seguramente antes de su devenir, acaso, ¿antes de su destino?”.

Buen tiempo, Señor, ha llegado a la hora precisa, ¿gusta entrar?-me invitó haciéndome salir de mis pensamientos regresándome a ellos,elipsis... ¿acaso pudieran definirse así los jugos mentales que se retuercen hasta hilar las imágenes en mis ojos vacios que deambulan sufrientes?-

Gracias ¡no estoy seguro de seguir mi camino con semejantes atenciones, ha de saber usted que me he sentido…mmm…muerto…-

“Ubicado mi ser en el recinto de acuerdo a lo que el instinto me dictó, atendiendo la invitación del camarero, raro tipo, de mirada infinita, vacía y eterna, insospechada, compleja, nutrida de posibilidades eternas y al tiempo, de un pesar sobrevenido de momentos vivos de anhelos fracasados, creía yo, de no poder lograr la paz infinita, algo que sentía yo al tratar de comprender el mundo. Creía que el lugar escogido era el adecuado para la actividad que llevaría a cabo a través de la observación de los demás. Husmear en sus gestos, en sus almas, éste lugar era el adecuado para mi inocente e inocuo voyerismo distópico, observación de lo no real en una escena casi real y cotidiana pero envuelta en sombras cual sueños recurrentes intensos, revolviendo mi razón. Sin embargo parecía al final de mi decisión, que el observado y en desventaja era justamente yo”.

¿Me podríais traer el menú? -repliqué inseguro al hombre-camarero.-aún no sé exactamente que le ordenaré, pero el menú y un whiskey irán decidiendo por mí-


- Desde luego, Señor, permítame sugerirle el único plato por el que este lugar es famoso.

- ¿Por qué lo es?- respondió la pantomima de sujeto apoltronada en su destino incierto-

- Por colmar la almas y los sentidos de la gente al punto de no querer más de la vida -dijo el mesero, al tiempo que sus ojos adquirían un extraño brillo misterioso- pero es un poco tardado en prepararse, incierto el tiempo de completar la receta es.

- ¿Puede ser esto cierto?-le interrogué.

- Sólo si logra terminar el plato que se le sirva, sólo si logra esperar con cordura el tiempo incierto de su preparación, Señor, es que el plato cumplirá su cometido y saciará su curiosidad- respondió en un tono muy bajo, casi inaudible, teniéndose que apoyar en la lectura de sus labios para lograr comprender el mensaje de sus palabras.

- ¿Cómo cree que yo logre la “Iluminación” con semejante bandeja? Debe entender que la búsqueda de mis anhelos dependen de ser logrados de otra forma, más concreta, jamás tengo suerte con las esperas largas, aunque también sé que la buena suerte se deviene en un momento, incierto sí, pero que al final todo lo convierte en una fluida suavidad volcada desde el caos como la del atardecer que inevitablemente se convierte en la noche estrellada- dije- y no comiendo de un plato servido quién sabe cuándo, ajeno a mi gusto, además.

- Sólo sé lo que nuestros platos provocan en la gente -respondió él mesero, conmiserándose de mi actitud- algunos lo llaman "iluminación", no es mi competencia develar el destino final después de ser servido, pero lo sé y puede ir más allá de sus expectativas, Señor-terminó diciendo.

- ¡En fin, traiga ese plato¡- el mesero se levantó de súbito por encima de las cabezas de los demás comensales anhelantes -¡ tráigalo¡ y permítame mostrarle lo pobre que es su ofrecimiento-le grité haciéndome escuchar por todo el lugar.

Al poner frente a mí aquel manjar el camarero con aquella mirada de Caronte, comenzó el reto de mi alma insatisfecha y al servirse el plato delante, algo empezó a cambiar al ver estrellas y ráfagas de luz cósmica en mi vianda, salsas de elementos vívidos, células dispuestas a ser recicladas por la vida a través de la ingesta de un alma derivada de lo ordinario terrenal, diría, a la deriva ahora de un proceso infinito.

Sospechaba, una sopa celestial, no una sopa casera menor, sino la sopa del universo, el caldo de cultivo de la vida y del cosmos girando en mi plato psicodélicamente en sus figuras fractales. Los nutrientes de los que se compone la vida ante mí, en un pequeño espacio, listos para ser devorados por mí, entidad fugaz sin plena conciencia del lugar donde estaba, sólo con un vago recuerdo de mí y lo que era o fui. La química de la vida y la muerte, la ley del vacío sideral, relativismo-cuántico copulando, retorciéndose en espirales humeantes, la sopa celeste más maravillosa y potente que es más allá y de lo que somos en nuestra animación diaria, ignorada deliberadamente bajo las leyes de universo, jajaja, una sopa de galaxias ante mí. Esta alma mía que vagó por tanto tiempo al haber encontrado un sitio de remanso entre la confusión de la otredad, quién sabe por cuánto tiempo más, cumplió su función en este mundo más allá de todo, abrevando de un simple plato de sopa, de nutrientes universales al alcance de mi alma, disolviendo la muerte y devolviendo en la muerte eterna la calidez a mi mente que vagaba por el éter cósmico vislumbrando un nuevo nacimiento de las partículas de mi ser”.

Y Comí… comí y comí…

FIN.

viernes, 3 de febrero de 2012

Gris Futuro Automático ó Los tiempos Mejores ò Starter. Escrito por Raúl Arturo Zorrilla Flores.

I.
“If you looking for trouble, just see right to my face” -cantaba prepotentemente “el rey del rock”. Solía relegar los golpes, ¡siempre más, la calma ¡... reservarme la percepción crujiente de los huesos rotos, para ocasiones mejores, ocasiones donde mi honor estuviera comprometido de manera un poco más noble, elevada...

Las calles de la Ciudad de México en las épocas de lluvia, cuando su desangelado pavimento adquiere un brillo que la vuelve casi idónea evocadora de sueños, pudiera parecer casi cualquier ciudad del mundo, sabemos que es la gente la que afecta ésta comunidad, caos, mega comunidad, caos casi familiar de ésta ciudad que nos repulsa y nos seduce con noches como ésta.

-Caminaré olvidando aquél breve incidente del Metro. ¡No más violencia, ¡no más¡ No defraudaré al grupo, demasiada sangre, tanta ira a mí alrededor. Vívidos ojos inyectados por fluidos malsanos, acechando. Es curioso cómo ahora me frena más la razón que mis intestinos. Mi compasión por los demás se reduce a caminar con la mirada baja, esperando que pronto pasen las sombras a mi lado. Agradezcan que tengo un poco más de razón por encima de mis vísceras aletargadas. Por lo que fuere creo que no más violencia.

-¿Es esta sensación de haber estado dormido la que me enferma y me envilece? ¿Será el sentido de letargo que apenas te da fuerza para respirar una vez más? Que te pasea por aquellos mundos imposibles decolorados y nostálgicos, o ¿será volver a la realidad, enfrentarte al frío en la piel con su vuelco multicolor embriagado de crudeza?

Sombras de la calle. Escuché algunos gritos cerca de los edificios abandonados, no me interesó, esconderse en edificios patrimonios históricos era elemental, criminales principiantes. “Eran vecindades de albañal. Repletas de testigos inmundos”.

-Nadie escogería éste escondite a menos que le faltara una aceitada a sus sinapsis- pensé, mientras alcanzaba a escuchar cercanos pero difusos, ciertos aullidos a los que no lograba darles una estructura lógica en mi mente, no sabía si eran humanos o animales.
¿“Cómo puede el alcohol transformar a una persona tanto como para hacerla gritar de esa forma”?…acaso viven la etapa en la que creen que gritando lograrán ahuyentar sus demonios, si eso diera un poca de paz y tranquilidad todos viviríamos con la garganta desgarrada
Desolado sin viso de esperanza también les grité: ¡un poco de paz chingada madre! ¡Sólo un poco de paz!-, antes de caminar más deprisa rumbo a mi edificio, mi cueva, cubil que casi de manera orgánica me acogía, renovaba mis energías y me ordenaba un poco, solo un poco, las deterioradas ideas de readaptación social, de libertad, de nostálgico romanticismo que aspiraba artificialmente.

II.
Lo maravilloso de ésta ubicación geográfica desproporcionada son sus microcosmos. Breves lapsos de tiempo-espacio que alcanzan niveles de ensoñación que te permiten recrear casi cualquier lugar con un poco de sensibilidad al observarlos. El breve espacio de algún lugar de Paris por ahí… alguna fuente de Central Park por allá… no es necesario conocerlas, estos micro ambientes te lo permiten al margen de la escoria que se arremolina invadiéndolos.

Lobotomizada la escoria, deambula; cerebros llenos de un poco de dibujos hipertrofiados humanos inalcanzables, algo de licor barato Presidente agridulce, tequila, putas anémicas enfermas y lástima, ¡mucha lástima al vivir!
Sólo la evocación de aquellos bosques y ciudades lluviosas frías de Europa, el viejo continente. Con sabor a música clásica, con sabor elegante, sabor a un poco de todo. Sólo los europeos saben de la verdadera nostalgia-decía-.Del verdadero buen gusto, ése que se respira sólo un momento, que se disfruta en el vaivén de los árboles contrastados con los cielos nublados nocturnos que se miran de un tono gris bajo muy sutil. Ese buen gusto que de pronto se desvanece, como si quisiera ser buscado delicadamente, sin alterar la armonía del todo, acompañado del sabor de los viejos tiempos, los verdaderos viejos tiempos. Tiempos románticos, tan voluptuosos cómo pornográficos. Carnes magníficas que se esconden bajo aquellos grandes vestidos que ciñen a la mujer victoriana con corsés fetichistas. Pensamientos que las desnudan antes de tenerlas y todo... todo sin perturbar el aire que mece las ramas de los árboles de los bosques... Bosques y más bosques. Recovecos de ciudades románticas. Románticas a lo más. Que se vuelven elegantes cómplices del aire, del frío, de la humedad y ante todo del buen gusto, -ante todo, la elegancia...-

III.
...-Por eso hijo de tu pinche madre, de qué se va a tratar… ¿sabes? jamás me han agradado los fresas y mucho menos las putas fresas que son más altas que yo imbécil. Y ¿sabes?,! hoy será el peor día para tu culo y el de tu noviecita ¡No sólo conocerás a un verdadero delincuente, sino a un verdadero hombre, y sabes qué fantochito pretencioso, me late tu cara para desmadrártela… y que con tus ojitos frívolos veas antes cómo me voy a coger a tu se-ño-ri-ta. Mientras mi amigo le pone unos chingadazos si no grita. Por qué sabes qué aquí de lo que se trata es de gritar mamacita-le dijo a la mujer mirándola fijamente- ¡de gritar ¡....
La mordaza de estopa sucia de gasolinera tapaba cual buen Bardolini la maltratada boca de la joven. La desgracia se había enamorado de ellos, y es que la desgracia también tiene sentimientos. Hoy, ésta y una amiga íntima, la violencia, copularían con éste par de jóvenes desventurados pero malditos por gran parte de la sociedad. Intimarían éstas a lo largo de la noche con quienes en parte eran el problema de todos.
Los aún altivos gritos de la chica daban paso al caliente miembro que la tomaba al compás de los brutales golpes que se impactaban en su rostro aun organizado en estéticas y bellas facciones juveniles. Mujer de colonia rica, de estas que se crían pensando en los estereotipos. Aquellas que no son dignas siquiera del reflejo del espejo.
Pero estas facciones daban de sí a cada impacto. Cada caricia que recibía por parte de sus verdugos penetrantes, le causaban un daño mayor…cada vez mayor...sonidos ininteligibles se interpretaban como un ¿Por qué?, ¿Por qué?... ¿por qué?...ya no mas por favor , por favor te lo suplico, ya no mas solo a él ...¡por favor dios mío a mí no¡ -suplicaba en el colmo del dolor y el egoísmo-...¡No¡… ¡no¡... ¡no¡ , ¡agh¡. ¡no más¡...

Golpe seco. Golpe tras golpe, tunda tras tunda sobre las carnes de la princesa infortunada, carnes que sólo acrecientan el deseo de nuestros gloriosos hombres libres, tan llenos de fluidos vívidos motores, vida y albedrío, queridas bestias, perdón, queridos ciudadanos. Los gritos los ahogaba a la perfección la masuda mano del “equis”, aquella mano que amordazaría y magullaría con rítmica brutalidad el sutil y no tan despreciable cuerpo de ella. Contusionaría aquél cuerpo altivo aún con forma por no hablar del lago hemático tan escarlata tan vivo, tan cercano a la muerte que ya rodeaba a nuestra inmejorablemente graduada, esbelta-próxima al altar-a la maternidad, y ricachona pareja. Princesa, todo en ella era perfección. La cena de ese día, la ropa interior, el perfume, los zapatos, la bolsa, el maquillaje, las frases cachondas al salir del hotel que garantizarían una próxima cita. Los guiños, todo, absolutamente todo, salvo aquella salida equivocada en aquella vialidad flamante. Aquella despectiva mirada que acostumbraba a desconocidos socialmente menores. Mirada que ya se veía desdibujada, muerta. Mirada que sólo alcanzaría a suplicar un poco de piedad. No lo lograría.

El último sonido que alcanzó a emitir nuestra doncella pareció la mezcla del maullido que emite una gata en celo con la estridencia del metal rasgando ásperamente el pavimento. Nadie sospechaba la verdadera fuente de éste sonido, finalle, finalle...

Lo demás fue historia. Brutal sadismo sodomita para ella, la misma ración para él, que en shock contemplaría la violación y el asesinato a machete de aquella con quién tantos planes organizaba en sus vacías y frívolas citas. Planes del color del tapete, la cristalería divina, las toallas con sus iniciales y un breve etcétera.

Abruptamente detenido por el destino que se cernía como aquellas negras nubes de verano, que de manera amenazadora se posan sobre las ciudades después de los últimos resplandecientes rayos de los soles veraniegos, así se detenía el futuro de ésta pareja.

No duró mucho más el testimonio de él. Curiosamente las imágenes que desgarraban sus ojos de la misma forma en que se desgarraba el cuerpo de su amada, albergaban una cínica esperanza de vida. De no correr, por el precio que fuere, el destino de su chica. Mala suerte, él también, asquerosamente sodomizado y entre ásperos bramidos y golpes, recibiría el golpe de aquel machete a medio abdomen y a medio rostro, como fin. No mereció el fogonazo candente, insoportable, pero misericordioso de las colts, -“caballitos compadre no hay más”-, que se ceñían en la cintura aquellos querubines.

En los medios más siniestros, en las entrañas del crimen también hay aristocracia y estilo...en verdad las hay.

IV.

Llegue a mi departamento. Una, dos, tres, cuatro cerraduras, una barra de acero por todo lo largo y ancho de la puerta y algunas mirillas separaban mi mundo de la voraz mirada de cualquiera que se interesara malsanamente en mi vida material, en mis cosas. Ruinoso era aquel rincón donde se resarcían los daños de mi conciencia día tras día, noche tras noche, en los momentos cuando se requiriera. En esos momentos mi ruinoso rincón oscuro, aquel espacio abstraído entre sombras y algún rayo de luz que cortaba elegantemente, al igual que una espada japonesa, la penumbra. Y dejaba entrever las partículas que se respiraban en aquella atmósfera lúgubre, desordenada, casi en abandono, pero a la vez reconfortante para mí. Era aquel departamento un reflejo de mi mente, era un espacio parido de alguno de mis sueños, de mis romanzas y era por esto que me agradecía tanto a esta porción de ciudad perdida en el tiempo.

Creí escuchar los aullidos en las construcciones de al lado. Me parecía identificar cierto sentido humano de dolor en aquellas expresiones pero cualquier sonido de la ciudad en esta época tiene una carga de dolor implícita. Hasta los sonidos más tiernos que podíamos percibir de una madre con sus vástagos, contenían un sentido de tristeza, más bien de dolor, un dolor profundo, demasiado profundo, tanto que no se habían definido palabras aún, para conceptualizar las regiones de nuestra mente que contenían aquellas emociones negras.

Fue entonces que me dispuse a dormir al lado de la ventana llorosa por la lluvia. De mi radio que sintonizaba siempre en la amplitud modulada, una frecuencia que traía a mi mente una calidez y un buen gusto, que solo podía encontrar en algunos recuerdos de mi infancia.

Y hasta el día siguiente, milagrosamente sin interrupciones, logré dormir una vez más....

V.

Jamás me había agradado la idea de que me atiborraran a la fuerza en una caja móvil al lado de cualquier sujeto, malditos seres, maldita escoria obrera que como mayor anhelo estaba el cruzar la frontera por el desierto, para llegar a las pizcas infrahumanas del norte. Y tal vez con sus jornales mejor pagados, conseguir tocar, aunque fuera el breve lapso que les permitieran sus eyaculaciones precoces, alguna mal nacida prostituta “White tras” mejor formada que toda su genealogía mestiza. Que les hiciera pensar que el American Dream les estaba entreabriendo las puertas, las piernas, aunque fuese de manera discreta.


Las miradas de las masas, viles, hambrientas, pobres no solo de bolsillo sino de fuerza para buscar su libertad, se reflejaban en mí. No me molestaba su opacado brillo, sino su estúpido sentido de ignorancia y conformidad. No era vida la de esta ciudad. Era apenas una teatralidad gris. Éramos envenenados lentamente por lo que se respiraba entre éstas calles, entre estos túneles. Por lo que mirábamos incesantemente en los monitores, por lo que se vibraba en nuestros oídos. Vivíamos solo hasta el momento en que sonaba la alarma del vagón del metro. Instantes que, al igual que el convoy se adentraba en la penumbra, impulsaban a la mente a perderse en sus pantanosas y miserables ensoñaciones. Hasta las miradas más ingenuas, arraigadas miradas primitivamente modernas que no comprenden aún el cómo de estos tiempos, utilizaban los sistemas de la ciudad de manera indistinta, con expertos reflejos, cual caricaturas. Sueños aletargados por sus memorias culturales prehistóricas, que los ataban a una naturaleza chamánica que ya no les pertenecía. Que los alejaba lenta pero inexorablemente del futuro.

Futuro implacablemente presente ya en muchas regiones. Justificado en las decisiones de los baratos teatros de revista macro económica. Cada uno de los convoyes que día a día los transportarían a su miserable macro-mega urbe-destino. Conocedores de su clase, raza, rango y especie, de la que al mismo tiempo huían. Clase social que negaban para convertirse en amasijos que desparramaban sus asquerosas animaciones por éstas calles. Negando todo camino al desarrollo. Envileciendo la ciudad, corrompidos con falsos fetiches, y baratos iconos religiosos ni siquiera propios de sus naturalezas endémicas.




Todas estas miradas me rodeaban. ¿Y yo? Librando mis batallas personales por la libertad, tal vez intuía los pulsos perdidos que requería esta ciudad para volver en sí. ¿Sería acaso que compartía con esta urbe algún inconsciente común que nos entrelazaba?

Qué era lo que me ataba a esta ciudad, no sabría definirlo. Era tan transparente tan claro mi sentimiento de aversión por todo y tan densa y vil, tan equivocada el alma de éste lugar.

Era curioso notar cómo la arquitectura de la ciudad, si no se veía rodeada de gente, se manifestaba incluso, magnifica. Era la arquitectura de esta ciudad una exención a todo el evangelio de vicios, defectos y sinsabores enquistados en estas calles, que la volvía al mismo tiempo inhabitable pero, gracias a los testigos erguidos de tan olvidados, solo un poco más vivible. Las bestias que habitaban la ciudad llegaban a tener momentos de logro en sus condiciones de esclavos autómatas, al llevar a cabo el trabajo de edificación de labor, tan delicada y seria, que les daba a su pobre condición cierta dignidad.

Es por estos ambientes por donde me permeo, por donde fluyo, por donde me escurro. Sombra húmeda y pulsante, falo inquieto que se inflamaba al mirar el ir y venir de la carne miserable que lo rodeaba, mujeres que no merecían ni siquiera el cortejo, mujeres de ésta clase que merecían ser tomadas sin el mayor pudor y con las menos formas , o con ninguna, la violencia y la fuerza seducen, las mujeres lo saben.

Este era mi ir y venir cotidiano, monótono. Los ritmos monótonos me seducían, haciéndome creer que en algún momento llegaríamos a alguna suerte de paroxismo paradisíaco que nos llevaría eternamente a los límites del cielo.

Era también éste sentido el que contradictoriamente me unía a los demás. Un sentimiento añejo, visceral, me inquietaba. Pero, ¿sería la ciudad o era acaso la naturaleza del hombre que se me manifestaba clara ante mí? ¿Acaso era el sentido instintivo de supervivencia, la necesidad de recordar entre mis manos, entre mis dientes, a través de mis ojos, el cálido sabor de la sangre fresca previo el bocado, vigilado por la mirada muerta de la víctima recién finiquitada para el bienestar de mi alma y la saciedad de mi estómago?

VI.

Un instinto prehistórico de predar, nato, salvaje, y cálidamente natural me invadía en este valle, la bestialidad y la violencia bullían en mí de manera esporádica. Insaciable espontánea necesidad violenta de brutalidad sádica misma que se conjuga con la dictatorial necesidad de modernidad, de fashion, de estar bien con el mainstream, frío, implacable. Tan violento como la naturaleza en busca de alimento y tan romántico y armonioso como la carne y la sangre, casi como un buen trasero femenino.

Creo que no, no era la ciudad, era el hipercapitalismo. Desde hacía algún tiempo había notado cómo el atiborramiento de objetos a la venta, de tiendas globales, de artículos que casi de manera violenta penetraban mis sentidos, ávidos de ser adquiridos, eran la fuente de una gran desesperación. En todos los lugares de la ciudad, las mercancías marcaban el ritmo de las personas. Personas que habían olvidado casi todos los placeres que gratuitamente se podían disfrutar como el sexo. Era un absurdo más. ¿Cuantos absurdos más teníamos que tolerar para despojarnos de tales vicios? Lo ordinario ya no se estilaba

Incesantemente llegaban las cuotas de artículos impecablemente seleccionados por el súper estado. Las nuevas modas, las nuevas ropas, los nuevos autos, los nuevos estereotipos, los nuevos retretes, las nuevas putas, las nuevas drogas, las nuevas armas, los nuevos indispensables productos de placer. Cuantas veces reí acerca de aquél concepto mediático de súper estado-comercial; jamás paré de reír hasta el visceral hartazgo. Nos levantamos día a día para laborar, organizar nuestros itinerarios para con suerte obtener alguna comisión, sudar nuestros culos en nuestras corporativas sillas, temiendo el momento de ser despedidos.

Toda una tortura para que los créditos con que se nos pagaba fueran a parar obligadamente en los bienes que invadían mis ojos. Inclusive las botellas de mi alcohol de vida se estremecían con cierto humor al percibir aquél concepto tan superfluo, tan pretencioso, tan sucio y tan miserablemente indispensable para el desarrollo de nuestras vidas como lo era el comercio y el s u p e r e s t a d o.

La vida ya no era la de antes. Ahora sí, con vértigo, el comercio nos marcaba, se nos hacía llegar cuotas de alcohol de moda, cuotas de prostitutas, cuotas de alimentos sintéticos, y si éramos un poco más audaces, cuotas de armas que podíamos conseguir con cierta facilidad. La moda era como siempre comprar, la diferencia era el sentimiento al hacerlo, un enfermizo deseo de poseer cualquier cosa a cualquier medio, lo que fuere para paliar nuestra ambición, que ya no, nunca jamás podría ser satisfecha. Y la violencia se incluía en esta lista, la violencia nos colmaba los sentidos, con sensaciones similares al placer sexual, ese extraño objeto de deseo como el dinero, que al no poderlo conseguir de manera natural, lo obteníamos violentamente, manchándonos las manos de sangre. Ya no era motivo de vergüenza y exhibición, ahora era un fetiche, era el medio paralelo con el que satisfacíamos nuestras ambiciones perdidas. La violencia y sus cánones: “el daño al vecino, el falo a la vecina”, era muy simple, no debíamos permitir el mal propio pero debíamos procurarlo al de al lado, y lo hacíamos.

Salía de mi casa una vez más, rumbo a mi trabajo, y mi labor era la justicia. Era el colmo de los absurdos mi labor de investigador, de científico del crimen contrastando con mis magníficos hábitos.

Abordaba mi auto, programada mi mente para cumplir mi cuota de actividades, rumbo a mi trabajo, me permitía el lujo ocasionalmente de prescindir del metro, esto me permitía pensar acerca de mi vida y de estos extraños pasajes de violencia que me atacaban. Mi vehículo no requería conducirse, me guiaba por entre las pistas pre programadas de la ciudad. La ciudad se ha ido modificando poco a poco, el gris futuro automático, ciber punk, deshumanizado toma forma lentamente. Así era la vida, a la inversa del “calentamiento global” la sociedad experimentaba un “enfriamiento global”. Día a día tenía que enfrentarme a la fría sensación del concreto entumeciendo mi alma.

Llegaba a mi trabajo somnoliento, sin ánimo, y con hambre, solo me daba tiempo de pensar en el próximo toque de marihuana, emborracharme hasta perder el control, frecuentar a las más diversas mujeres, sexo, desenfreno, carne y más carne. La carne era un pasatiempo, cómo siempre el instinto.

Me adentraba en la estructura arquitectónica que daba cabida a mi organización policíaca donde laboraba. Aquel lugar que me acogía hipócritamente para exprimir mi vida día a día. Obteniendo el gobierno de mí lo que necesitaba. Prestaba mis servicios no con la intención de servir sino con el afán de sobrevivir en esta ciudad. Entidad policíaca que requería una vez tras otra de identificar por los medios más distintos, los ojos, los dedos, los labios, la voz, los oídos, era todo un estudio de anatomía y me causaba repulsión la idea de posar alguna parte de mi cuerpo donde miles lo hacían a diario. Me daba asco llegar a mi trabajo, no era más que una sombra enquistada con pretensiones de formalismo y de razón, de método científico y de lux ad factum.

Mi labor, presentarme ante mi ordenador, analizar el material sensible significativo, huellas digitales, sucias. Tristes huellas de quien fue victima o victimario de algún hecho, escanearlas, confrontarlas con las de cientos de delincuentes menores, recordemos que: los casos relevantes se los reservan los jefes” se nos repetía una y mil veces.

Como si quisiéramos resolver algún caso relevante, ¡cerdos ¡Analizar de manera impecable las evidencias es mi labor hacer la ciencia para la justicia, para eso me pagan y para eso mis oídos adormecidos se han educado en atender la propaganda oficial que me obliga a servir a la sociedad con mis conocimientos. Diversos bagajes de saber, que debía utilizar responsablemente para no convertirme en un meta criminal, Para no defraudar al estado.

Ya había sucedido en otras ocasiones, el Estado prepara superpolicías y la presión del instinto los transforma en meta criminales. ¡Pobres ¡al menos sus penas se finiquitaban si los llegaban a capturar alguna vez, con una buena detonación semiautomática, en los paredones secretos, ó con la inyección letal que remembraba los más maravillosos pasones o trips de la adolescencia,

No, a mí no debía pasarme aquello. Además peligraban los créditos que el Estado me prometía si resistía la carga de trabajo “solo unos cinco años más”, “solo cinco años más”. Laborar frente a mi ordenador analizando huellas digitales, manchándome las manos con la sangre de algún pobre diablo asesinado, al menos estoy mejor que este imbécil. En el mejor de los casos ¡premio mayor¡ acudir a algún lugar de hechos para percibir el delicado aroma de los signos cadavéricos, presentes en todo el lugar. No podía negar que trabajar para la justicia tenía sus maravillosas retribuciones. Maldita oportunidad de ganar dinero fácil, sin arriesgar ni un solo cabello me estaba volviendo loco, era contradictorio pero la inactividad me estaba anquilosando el alma.


VII.

Había un placer mas, uno que me reservaba para la intimidad de mis momentos más oscuros, un verdadero deleite, algo que me salvaba el pellejo de toda esta mierda que me rodeaba. Placer que se manifestaba en mí al azar de manera sorpresiva. Este placer que coronaba mi nostalgia de los tiempos mejores, este placer del dolor, de la descarnación, de la trepanación, de presenciar la extracción de los últimos alientos de vida de la víctima fuera un animal o un ser humano, el instinto manda sobre todas las cosas. Ya lo debería de aceptar. Este placer de la violencia colmaba mis sentidos, me liberaba de la bruma de mi vida en esta ciudad, estos malos hábitos no concuerdan con tu trabajo -me lo repetía una y otra vez parafraseando a mi madre-. Sólo que el más tierno, el más cálido de mis placeres, nada ni nadie, ni siquiera mi mente, lo conocía.

En estos tiempos la violencia nos vuelve hombres -decía yo- sería cierto, la afición por la violencia no era un delito, no mientras no se participara directamente, lo que me volvía no en un delincuente sino en un Voyeur de la violencia, espía ávido de presenciar los más necróticos eventos. ¡Carajo¡ eso no era un delito, era un mal habito¡...

Estos tiempos mejores cocinan mis placeres con tal sazón que parece que la violencia se me brinda para disfrute de mis perversiones. Aquella tarde lluviosa donde el pavimento casi podía reflejar la verdadera naturaleza de nuestras almas me trajo un regalo…

-No recuerdo si es por aquí, la verdad es que aquel tipo me dijo que en la siguiente intersección diéramos vuelta, donde estaban las putas, y no hay nada, ¡ah sí ahí están¡

Mi único amigo era “el pájaro”, éramos algo más que uña y carne, ¡éramos como hermanos carajo¡. El suplió la falta de padres que tanto me incomodó desde siempre. Aunque me parecía conocerlo de muy poco tiempo, me hacía olvidar lo sucedido con mi familia. No haberla tenido fue un lunar que siempre me avergonzó más que dolerme, siempre que llegaban las fiestas envidiaba a todo el universo por tener un hogar cálido donde celebrar, dormir o cualquier otra cosa. Yo crecí en un orfanato, según recordaba, mi vida era una neblina imposible de describir, en fin…

“El pájaro” y yo teníamos los mismos extraños gustos de mirar escenas ciertamente poco convencionales, algo violentas dijéramos. Hartos de ver siempre la misma pornografía, recordamos que en algunos lugares se podían conseguir autenticas cintas snuff, éstas donde el verdadero néctar de la diversión se encontraba en ser testigos de las más aberrantes y desgarradoras obras de sadismo o de violencia extrema practicadas realmente en alguna desventurada victima que tuvo la mala fortuna de encontrarse en el lugar equivocado a la hora equivocada.

Todo comenzaba con una señal de nieve en el monitor, instantes después, se notaba como el foco de una cámara se ajustaba en lo que parecía ser el lunar de una chica. Se ajustaba el foco y el zoom se alejaba y nos encontrábamos con el rostro desencajado de una mujer joven, rubia, que ostentaba notorias lesiones propias de algún objeto contuso en la cara y parte del cuello. La imagen se alejaba y dejaba ver como se encontraban de frente la chica y un joven elegantemente vestido hasta el momento que notabas lo desgarrado de las ropas y las manchas de sangre y mugre que le daban un toque ciertamente infortunado, no más que la mujer que tenía la ropa interior por los tobillos, finos calzoncillos manchados de la sangre de las heridas producidas por dos sombras que danzaban al vaivén de los espantosos pero estimulantes gritos de dolor de esta chica tan linda. Las visibles marcas de haber sido quemada en distintas partes del cuerpo con cigarrillos era algo que compartían ella y él, la democracia no los había olvidado.

Algo terrible estaba por mirarse a través de nuestros ojos ávidos de escenas violentas. La chica era quemada con cigarrillos mientras pedía perdón, tratando de salvarse, mientras el otro joven veía llorando y con cierta desesperanza el destino de su compañera.

Una y otra vez le fueron quemando el cuerpo, primero los pezones, las mejillas, el ombligo, los muslos, los brazos, al compás de los golpes certeros y brutales de uno de los torturadores. El otro la quemaba y fumaba una y otra vez disfrutando ese cigarro que se teñía de rojo y que seguramente olería a carne quemada y tabaco.

Después la desnudaron. Era bella aún, bella con cierto toque de asco nauseabundo que inspiraba su condición tan lastimera. Una vez desnuda apareció en escena lo que era una suerte de consolador de madera, una madera astillada como los muebles que decoraban la escena, no tardo el dilo en perderse violentamente en las carnes de la joven que solo atinó a desorbitar sus ojos llenos de dolor. Siempre que llegábamos a un lugar de hechos veíamos los cadáveres deshechos, sangrientos, pero sin vida, Esa era la diferencia, mirar el dolor previo al final…

La mujer casi inconsciente había sido violada y en el colmo de la sangre uno de los captores asestó un tremendo golpe con la hoja de un gran machete en el abdomen de la joven que nos trajo a la vista la totalidad de sus blandos intestinos. Ella había terminado.

Instantes después las sombras del video entraron a foco y a luz, de manera tan sincronizada como si tuvieran que ver con la coreografía de un ballet. Tomaron al joven hombre y de un golpe lo levantaron de su silla, tenía al igual que ella las manos sujetadas con un cable por la espalda, a la usanza tradicional, el golpe despertó al que parecía dormido , lo despertaron tan violentamente que gotas de sangre salpicaron a uno de los torturadores en el rostro, llevándose una mano a la cara para limpiarse la sangre que lo había manchado, la sacudió y se llevo un dedo manchado a la boca probando el sabor del fluido que se le acababa de brindar, un bramido se escapó de su boca, algo que sonaba a satisfacción y a excitación sexual.

Tomando al sujeto de los cabellos golpeándolo con un madero astillado en la espalda uno, el otro rompió salvajemente los pantalones del muchacho, dejándole las nalgas desnudas, mientras el compañero torturador disfrutaba golpeando brutalmente la espalda ya sangrante del joven que de manera tonta pretendía moverse para liberarse de su castigo, sin sospechar que detrás suyo un degenerado lo esperaba con otro madero más íntimo listo para sodomizarlo. Al primer empuje del sadista, se alcanzó a oír en la cinta un desgarrado sollozo de dolor, un dolor profundo de desesperación y perdición, una y otra vez fue sodomizado al ritmo sexual. Se le propinaba lo que a nuestros ojos era la peor madriza que habíamos visto recibir a alguien, todo esto coronado con un buen violín...Stradivarius.

Como el claustro materno, el virus de la violencia nos acogerá, nos arrullará, colmará nuestros anhelos animales más profundos, nos dará la satisfacción del primer chupete al pezón de la vida, la violencia nos hará libres, la violencia presente cómo un sistema más: capitalismo, comunismo, neoliberalismo, hiperviolentismo.

VIII.

La había conocido saliendo de una estación del metro, noté que su piel me recordaba aquella novia de un gran culo que jamás volví a ver en mi vida. Solo por esa razón me acerque, pretendiendo recordar a la otra jamona que me mandó al carájo meses atrás. Pérdida de la que no había podido recuperarme; eran sus mejillas una transportación directa al recuerdo de sus nalgas. Miraba su rostro y podía definir perfectamente en mi mente su forma, y al mirar su boca, casi era posible oler su sexo. Si mirabas bien su rostro, imaginarías ver la silueta de su trasero como mirar la sombra de una escultura a contraluz.

Me preguntó la hora. Mirando el reloj y mirándola a ella de reojo pude apreciar sus carnes que con toda seguridad colmarían mi hambre sexual. Circunferencias tan apetecibles se apreciaban por debajo de su ropa, grandes masas de carne te invitaban a pasar infinitamente, eran las caderas que podían revivir al muerto más frío, al menos a mí me lo parecían. Divinas enormidades femeninas, y rostro tan invitante.

-“hola, quisiera acompañarte, déjame ser la sombra que te proteja de esta “ciudad asesina”-le dije.

Culo de mujer gorda pero voluptuosa, vil pero suculenta, al tacto y paladar, a la vista. Al llenarla, en su sexo, en sus cavidades húmedas por el deseo, suculenta al oído, al alma. Este culo se movía más allá de las habitaciones de este ordinario-cachondo-sucio-multivoyeur hotelucho hi-tech, donde nos refugiábamos de la lluvia, de las calles, de nuestros compromisos, de nosotros mismos. Para ser por aquellos instantes cuando nos fundíamos en esos tremendos orgasmos, uno mismo, en esos recios encontronazos sexuales. Uno mismo, uno mismo, una unidad.

Me miró desconcertada. Quizás mi apariencia no concordaba con la sutileza y la galantería que le demostraba.
–Quizás no suelo ser muy buena interlocutora, mucho menos con desconocidos, agradece que hueles muy rico, esa loción rompe un poco con tu apariencia tan áspera, ¿tienes muy mal humor verdad?
-Todos tenemos mal humor-respondí- La ciudad nos está amoldando a su forma, nos constriñe.

Caminamos infinidad de pasos. Los minutos se transformaron en horas y sin darnos cuenta, de un momento a otro, nos encontrábamos en un café, mirándonos curiosamente a los ojos. Era la excitación de tocarnos por primera vez lo que nos intrigaba. Había perdido la cuenta de cuando tuve por última vez sexo. Era curioso, me parecía haber dormido por mucho tiempo.

La invité a mi guarida. Rara vez llevaba a alguien a mi cubil, no era digamos romántico, era demasiado oscuro y húmedo como un escondite. Inmediatamente que cerré la puerta, nos unimos en una suerte de abrazo húmedo y caliente. De inmediato mis manos saciaron la curiosidad que tenían de sus grandes nalgas.

Primero por encima de su ropa. Ya después sin nada más que una diminuta tanga, que más que cubrir, estaba hecha para encender. Eso era un encendedor, no un calzón. Mis manos temblaban al reconocer el objeto del deseo. Sin querer se dejaban sentir ciertos aromas, propios de los rincones donde me estacionaria las siguientes veinticuatro horas y muchas más. La sensación de amasar su trasero, sus tetas, sus caderas, sus muslos y enredarme en su cabello, no era nada comparado con la sensación que tuve primero al sacarme el miembro de mi pantalón. Estaba desesperado por tenerla y por ampliar el placer debía contenerme. Ella tomó mi miembro y se sorprendió.

De inmediato lo acarició preparándose para llevarlo a su boca que era la sucursal perfecta de su vagina.

El último recuerdo antes de perder la conciencia, fue el momento previo, el instante exacto cuando la tomé por atrás mirando como mi falo se acercaba hacia aquellas enormidades que se me entregaban sin mayor resistencia...placer infinito...

IX.

Ella se levantó de la cama. Hecha jirones trataba de no perder la compostura. Fueron los momentos cuando más hermosa se vio. Recién salida de las sabanas tibias, conservaba una temperatura mayor a la del ambiente. Me miró. Me disponía a bañarme, lo necesitaba. Necesitaba despojarme de su olor, antes de que mi cuerpo y mi alma se acostumbraran al enrarecido almizcle de su entrepierna y al dulce cáliz aromático de su boca y su cuello. Despojarme antes que el inicio del amor se alojara en mí ser. Con todo y todo la miré y me abalancé hacia ella haciéndole el amor una vez más.

Entré a la regadera y me dijo que prepararía algo para desayunar. Escuché que se acercó al televisor.

Aquella caja de plasma, seguía siendo la misma caja de ilusiones que era desde sus inicios catódicos transistorizados. ¡Nunca me acostumbré a su cuadrada presencia¡

Aquella caja que nos transmitía los anhelos que jamás lograríamos. Que nos enjaretaba en la mente los lugares imposibles de vivir en carne y hueso. Que nos paliaba las meninges con imágenes más o menos nítidas. Que solo nos anclaba al sillón y nos provocaba regresiones traumáticas a etapas oscuras de nuestra mente. Tristeza diría yo. Caja maldita que solo se interponía entre la realidad que nos retaba a conquistarla, a seducirla, y la digerida imagen de alta definición lista para asimilarse en nuestras cerebros y continuar con lo establecido sin movernos, cual gelatinas frente a la TV.

Salí de la ducha. Me dirigí, casi en estado de iluminación, rumbo a la alcoba. Todos los eventos de esta conquista amorosa eran dignos de las más notables épicas mágicas. No lo podía creer pero en el fondo apareció aquel sentimiento de que algo tan perfecto no duraría. Fué en ese momento que miré asombrado el rostro de mi chica. Porque, ¿saben? Ya era mi chica. Desde el primer momento lo fue y a pesar de todo lo seguiría siendo hasta el mismísimo fin de los tiempos.

Aquella sensación de haber estado dormido tanto y tanto tiempo solo, era disipada por la mirada cálida de mi chica. Y aquí estaba. Justo dentro de mi cubil, de mi madriguera, de mi escondite. Aquí en las entrañas de mi ser. Aquí.

Pero la mirada de ella era lo que me desconcertaba. Se veía nerviosa, aterrorizada, casi al borde de algún evento epileptoide. No lograba entender como un rostro tan seguro y femenino se desencajara tanto con los reflejos de la desesperanza y el dolor. Una atormentada sensación de desilusión, de éstas decepciones que casi terminan con nuestro aliento de vida. De éstas tristezas que nos minan el deseo de vivir, concatenada con un desbordado sentido de terror. ¿Qué diablos pasaba?

Sobre la mesa al lado del bendito televisor, se hallaban mis cintas privadas de placer. Aquellas que tanto me inquietaban, aunque no lograba determinar qué me unía a ellas. ¿Cuál era el extraño vínculo entre mis cintas y mi alma a punto de renovarse ante todos y ante Dios mismo?

En el televisor se hallaba reproduciéndose aquella escena del martirio divino-infernal de aquélla pareja. Carne descarnándose ante el estímulo potente de aquellas manos diestras tanto para lo orgiástico como para la muerte.

Escarlatas vívidos que saturaban la pantalla y de entre las sombras, rostros...y de entre los rostros, el comentario de mi chica eterna que sollozando temerosa ante mí, como la primera vez que la poseí, decía...

- ¡El único rostro que se nota cristalinamente en el video… eres tu ¡


FIN.
Raúl Arturo Zorrilla Flores, Ciudad de México, 1975, raularturoz@yahoo.com, México.