lunes, 21 de abril de 2014

TOC-TOC. Por Raúl Arturo Zorrilla

TOC TOC. Escrito por Raúl Arturo Zorrilla Flores ¡Toc-toc¡...nada...¡toc-toc¡...ni siquiera el viento, sólo esta implacable sensación de frío... Actúan momentos en el día en que pareciera que la otredad y su frío manto, arropan todo: la memoria, nuestras calles, las estancias donde moramos en algún momento, las copas de los árboles que nos miran desde sus alturas que llegan más allá de sus límites ayudadas a crecer por nuestros sueños; hasta los más escondidos rincones, los callejones de la mente, todo, no hay lugar que no sea permeable de la otredad, el aire se vuelve sordo, sordo eco de nuestros pesamientos que incesantemente nos hablan, reverberante testigo mudo de la sincronía del silencio, el vacío , el frío y la soledad, que lejos de arrojarnos en su conjunción al vacío, llenan nuestros sentidos de elementos etéreos que bailan un vaivén de ritmos que se adentran en la mente y se desplazan hacia el aire, congelándolo; no sólo el aire, sino el tiempo. Pareciese éste eco totalmente imaginario, pero no lo es, lapsos que congelan el cronos, lo digo con certeza-puertas hacia la eternidad; dentro y fuera de nosotros éstos momentos de vacío embargan todo alrededor y aplazan sin definir, ¿cuándo se reanudará la marcha del destino... Nada, aún nada, sabrá Dios cuánto tiempo más, nada...¡toc-toc¡...¡toc-toc¡ Me había acercado a aquella enmohecida puerta de madera de estilo colonial de éstas que su robustez y fuerza provienen precisamente de lo ancestral, el tiempo las fortalece, y es que al ser mas viejas, demuestran con su añeja y apolillada verticalidad que han vencido el paso del tiempo. Es ya su abigarrada herrería, ya su lesionada consistencia, ya su compenetración con el ambiente, su exhalar que percibe, aludiendo a periodos que se sospechan, que se imaginan, restos de distintas épocas que plano sobre plano, decenio tras decenio, siglo a siglo, se penetran en las fosas de nuestros sentidos y con la cadencia de la respiración ya inundan, ya envenenan, ya sufren y acaso ya enamoran con la pura atmósfera que despiden sus maderas y hierros. Me abstuve. El miedo presente en mis hombros era demasiado lastre y preferí darle mayor importancia a la extraña sensación de respeto por ésta entrada, no sabía ciencia cierta qué me esperaba, qué destino, cuál semilla latente a la espera de la transformación que le de forma, sin saber ésta -futuro fruto-, la distribución de sus colores o la intensidad de sus aromas; así tenía mi destino delante, lo percibía como se percibe la muerte, jamás sabemos la certeza de su llegada, sin embargo poseemos en nuestros corazones el ajuar si acaso de valor, si acaso de serenidad, que nos vista para el momento de ponernos cara a cara frente a ella. Toqué...y de éste frío, sordo momento, de muy lejos, de más allá, percibí un sonido acompasado; justo donde se crea el sonido en nuestra mente tal cual si lo hubiese creado primero con la mente misma y cual hilo conductor se hubiera materializado sutil, vagamente al principio y, de un quedo casi imperceptible a un sonido formal, si no fuerte, con la vibración necesaria para identificar o que era, una cadencia que me alertaba y mandaba a mi mente a estructurar su fuente; aquél compás, aquél péndulo sonoro hacía eco en aquellas bóvedas hacia donde deseaba adentrarme, ese compás que se acercaba hacia mí, y con la misma capacidad que el radar de un murciélago, me permitía imaginar la lobreguez y vastedad de aquellas estancias, esos pasos que me enfrentaban, emitían vibraciones que sólo estimulaban más aún el frío oscuro del lugar que se me sugería por delante... Justo donde supuse los pasos estaban más cerca, se detuvieron; dejando un silencio tan perfecto como el de la noche cósmica; di por supuesto que tenía inminente presencia de alguien detrás de aquella señorial puerta, lo que me preparó a reacomodar mis ropas y darle un paseo con la mano a mi cabello, esperé...nada, el marcar pendular de aquellos pasos se había detenido y a nada más que a mis elucubraciones habían dado paso mismo. Inquietarme fue lo siguiente, una mirada rápida a la puerta me permitió observar los cerrojos de manera casi punitiva lo hice a hurtadillas; abrir la gran puerta yo mismo, faltando a su misterioso respeto; las circunstancias me orillaban a éstas consideraciones, pero ¡nada pasaba¡...aquellas emociones se formaron como una vanguardia que me impulsó a tomar aquella decisión, sin embargo un duelo interno retardaba mi accionar; recordé que en los momentos de indecisión se paga más caro la omisión que el atrevimiento y listo en mis justificaciones, dándome pie a levantar los cerrojos, acerqué mi mano a la puerta que me retaba, la transgresión era flagrante pero inevitable; tomé los cerrojos y diría que percibí el frío congelante, cual fuego helado de sus mecanismos, que con justo y recio gesto manipulé; el graznido de metales encerrojados que hacían chillar la madera rompieron la percepción del silencio y el frío que alternaban con mis ideas, simulando un alarido de alerta horrorosa que terminó de socavar mis templados nervios. La puerta se abrió... lentamente...una eternidad. Su enmohecida estructura dejó escapar los sonidos de su crujir ancestral, casi , aquellos sonidos, articulaban lastimosos rechinidos que parecieran palabras de congoja; gozosa eternidad que albergaba todo el conocimiento y que ponía al contacto de mi ser aquél interior de éste recinto. El gran peso de aquella puerta era tan implacable como el paso de los años, lento, pero seguro, inesquivable, el crujir de las maderas ancientes cesó, Já¡ Casi hubiese podido entrar de no ser por aquella muralla de aire qué me frenó. El intercambio de atmosferas manifestó que el interior era aún más frío y la mezcla de aires corruptos, provocaba una succión hacia las estancias abovedadas, imponentes salas que se obsequiaban a mi percepción...y entré... Eran dentro y fuera dos atmósferas que igualmente me seducían; afuera aquel frío enriquecido con el vaivén de los árboles y su aroma vegetal pútrido, sus resinas libres y universales en contacto con la Tierra y con el aire infinito acompañado de humedad, humedad y frío con aquel verdor tan oscuro que cedía lugar a la negrura. Adentro, otro frío, seco, sin ningún recuerdo de humedad y con una mezcla de aromas que sugerían mil eventos y pensamientos pasados, como una Iglesia, donde cada partícula del aire, cada aroma vertido en la atmosfera se mantenía en un tiempo que le pertenece a la eternidad. Y allí estaba, justo delante de ésta gran arquitectura. Había llegado con la firme decisión de aclarar todo, no podía permitir una arbitrariedad que pusiera en jaque mate el desarrollo de mis actividades, de mi vida, las transgresiones a mi intimidad habían sido toleradas sólo al punto de haber sido robado mi reloj de oro. Primero la bufanda, que acogía mi mente y gestaba mis ideas cerca y ligeramente por encima de mi corazón, siempre conmigo, cual vigía que mira más allá del horizonte de la nave, pero que va inexorablemente con el barco pues son una sola entidad con distintas visiones pero con el mismo destino; que me daba la calma y el alivio a mis avatares sin resolución; que cual armadura me guarecía de la adversidad y me daba la seguridad de los afectos recibidos que me permitían sobrevivir, ya hubiesen sido fraternos o filiales o pasionales; todos mis cariños y amores se albergaban en esa bufanda. Pero en el colmo del cinismo, sin ningún respeto a mi persona y lo que es peor a mi orden y mi tiempo, la perdida de aquel maravilloso reloj de oro, aquel que con sus brillos indicaba mi tiempo...tic-tac...-tic-tac...y me protegía de no regresa en el tiempo mismo, a sus abismos pasados, profundos, acontecidos que anclaban para muchos , sus vidas...tic-tac...tic-tac... ritmo de marcha que con celeridad aurea indicaba el andar a seguir, ritmo de vida que había perdido... ¡coño¡ ¿por qué precisamente mi reloj de oro? Ahora alguien tendría la amabilidad de explicárselo a mi alma, a mi corazón... ¡tomen un centímetro cúbico de mi alma marchita y díganle: "alma, en la vida nadie debe tener un poco de distancia, ya no respeto de aquellas cosas que te enriquecen...¿saben los ladrones ubicar y describir los colores de las sensaciones, de los recuerdos o del cariño?... En fin un robo de ésta magnitud, para mí, debe ser aclarado o al menos alguien debía permitirme una explicación que no había recibido. Presentía, si se podía decir de ésta manera, que aquel último acto tendría una significación particularmente importante para mi; no determinaba el cómo ni el por qué, sólo atinaba a preocuparme y dejarme inundar de aquellas emociones que venían a mí, tan violentamente como golpea el mar embravecido las costas, así era golpeada mi conciencia, acto que no perdonaría al ser yo tan respetuoso de los intereses de los demás, el respeto al derecho ajeno" ¿no era así la formula mágica de la vida? siempre lo había considerado, lo asimilé tal vez sin cuestionarme, ¿sería ésta , acaso, la falta de mi alma y no haberme cuestionado la vida cuando era más clara para mi mente?..... II. Era una tarde que hubiera podido ser de otoño, con cierta desconfianza por algunas rachas de frío, gozábamos aún desparpajados de las tardes que ya no se precipitaban tan copiosamente lluviosas. Algunas hojas caían más por la inquietud de la gente que se paseaba debajo de los árboles que ya por el sentido de llegada de la nueva temporada de deshojar. Ya en estas fechas acostumbraba arroparme de más, como si quisiera invocar los fríos que se avecinaban y de las que aquellas breves ráfagas de viento eran premonitorias. De ésta forma, con pausada cadencia, disfrutando de la textura áspera de la lana, tomaba de mi ropero, mi bufanda, que tantas veces hizo de caricia para mi cuello y que levantaba al vuelo sus extremos por los aires que intentaban penetrar su tejido, queriéndome arrebatar el calor que me brindaba y la lanzaba alrededor de mi cuello, seguro de ella; era maravilloso que una pieza de tejido tan sencilla fuese una manera tan completa de abrigar el cuerpo y el alma. Y así me dirigía a la calle. Fue en aquella época en que conocí el nuevo vecindario donde me instalé, la antigua arquitectura con que se había acompañado, el elegante trazo de sus calles, se me hacía irresistible a la vista, incitaba en mí un sentido voyerista exquisito, el mirar aquelas viejas y arboladas mansiones era todo un recreo para mi mente, los delicado detalles de cada una de ellas me enriquecían al punto del éxtasis; siempre jugaba con mi mente que sería más placentera la admiración de éstas maravillosas y aristocráticas construcciones que el descanso en sus adentros y siempre llegaba ala misma conclusión, un sillón de piel que de a la calle desde dentro al lado de una taza de café y un vaso de whiskey, serían la primera presea. Los jóvenes románticos anhelábamos la paz de éstos barrios antiguos, podría decirse que éramos jóvenes de cuerpo y ancianos de mente, nos paseábamos con nuestras carnes frescas pero llevábamos en la mente arrugas de experiencia, que nos desfasaban de la realidad a diferencia de otros jóvenes que eran más susceptibles a las modas y a las costumbres ordinarias propias de la edad. Fiestas tertulias, competencia incesante, frivolidad, asuntos ordinarios que no tenían que ver con el alma sino con las glándulas y lo ordinario de nuestras costumbres. Los jóvenes románticos deambulábamos con desparpajo, sin cuidar demasiado nuestra apariencia, libres; sabiendo que a la vuelta de la esquina alguna mirada reconstruiría nuestros derruidos corazones, la sorpresa es el amor más curioso y exquisito, aquel que adivina los volúmenes por encima de las ropas en espera de que las sorpresas al desnudarse san las más gozosas aunque no lo llegaran a ser jamás, la emoción de conocerse era la más trascendente de las experiencias del amor, con sus dulces y amargos sabores, era todo lo que importaba, el incesante descubrimiento. Había un gran bosque que guarecía el vecindario, éste gran espacio marcaba el común denominador del color que nos rodeaba, aquellos mosaicos verdes; no era solamente decir verde sino que podíamos admirar la complejidad de las formas de los árboles, que desde ciertas colinas nos permitían admirar la complejidad de ésta suerte de tupida alfombra; su aparente simetría que se manifestaba en un principio y luego ya, con el segundo golpe de vista nos permitía apreciar la diferencia de formas y proporciones de sus troncos, ramas y hojas entre un ángulo y otro de cada uno de los árboles, mismos que a su vez nos hacían regresar cíclicamente, con la observación, a la vastedad del espectro del verde. Los tonos se mezclaban y jugaban unos con otros y se mecían en un vaivén interminable de sus copas, que me evocaba el ritmo de alguna pieza propia para bailar con tu pareja, un vals, un tango lento, una balada rock como aquella de "tu cabeza en mi hoooombroo..." No todos éramos jóvenes en la comunidad, los parques parecen imanes de personas con otro ralentí y el mejor ejemplo de ellas son los ancianos, con su atmósfera compleja de tantos años y tanta historia sobre sus espaldas y con esa calma con que inundan los lugares que apaciblemente habitan, basta mirarlos para que los adoptemos aunque sea por un momento, echándonos a la mochila toda su historia, adivinando al verlos las horas interminables de anecdotarios que paliarán no su soledad sino la nuestra; y es que muchas veces al encontrarnos solos en nuestra incesante búsqueda de individualidad, la aprobación de sus arrugados gestos es el alivio que busca nuestra alma en instantes de desesperación y soledad. Y allí estaban los ancianos desperdigados en alguna parte del bosque, ensimismados en las meditaciones de sus vidas, lotos inextricables. no necesariamente estaban juntos, la soledad no los asustaba, ya habían estado acompañados toda su vida, la tranquilidad de las tardes les hacía bien y a muchos de nosotros también nos aliviaban su presencia. Llegué a caminar por el barrio y me adentré en el bosque, que resguardado por una gran cerca volvía más acogedora la idea de adentrarse y perderse en los mundo que rigen los árboles. Me hacía acompañar de un libro que hablaba de botánica precisamente y de un gran recipiente con café que desde hacía tiempo era una bebida que hacía de mi mejor amigo de reflexiones. Ahí estaba yo faltando a mi juventud, rodeándome de árboles y viejos. ¡pero era un gran placer¡ en ocasiones estos lugares se aquietan tanto que se escucha el sonido del universo; digo que lo único que nos separa del universo es la atmosfera y al final de cuentas ¿qué es la atmosfera sino aire silencio y frío? ME acerqué a una banca donde estaba sentada una anciana, ¡era una estampa¡ sus zapatos bajos, su sweater, aquél bastón que le daba un resabio aristocrático, su cabello totalmente blanco, así como su piel transparente y un millón de arrugas en la piel misma; en sus manos un Rosario que con un ritmo pausado giraba entre sus manos al compás de una levísima letanía religiosa; la miré, y quedando detenido por alguna fuerza que me impedía dejar de hacerlo, observé como como lentamente ésta vieja mujer posaba sus manos con delicadeza en aquel rosario que descansaba suavemente en su regazo al mismo tiempo que en un lapso eterno elevaba su mirada girando su rostro hacia mi persona. Mi mente quedó en blanco, iban mis pensamientos por toda su persona e intuía mi l y un eventos y miradas que emanaban de ella, de su aura, un acervo de sensaciones sin describir que sólo podía identificar como el caos del tiempo resumido en su rostro, no hubiese podido iniciar una platica con aquella mujer ya que su mirada manifestaba toda la vida, fue ese silencio, una espera con el peso de una bola de cañón colgada de mi cuello que mi impedía mirar hacia otra parte, al mismo tiempo no podía decepcionar a una mujer tan complejamente misteriosa y es que como lo había dicho, eran los ancianos y sus gestos quienes en más de una ocasión habían hecho las veces paternas o maternas para todo el mundo; hacían que la vorágine se tornara tranquilidad y misterio en nuestros corazones y nuestras mentes. Así de ésta manera se cruzaron nuestras miradas, fue un lapso tan amplio que al final cuando reaccioné tuve un acto reflejo y le sonreí: -¡eh Buenas tardes Señora¡-Lamento haberla interrumpido¡- ¿viene mucho a éste lugar?- Es maravilloso, ¿cierto?- LA mirada de la mujer adquirió vida, no es que no la tuviese antes sino que aquella mirada cuando se volvió hacia mí tenía un color negro mate que me hubiera hecho pensar que sus ojos no miraban, eran sus ojos de un color negro que se mancuernaba del frío, más perceptible en aquel lugar del bosque. Sus ojos cobraron vida, se iluminaron (si así se puede decir) volviéndolos cristalinos y casi percibí el esfuerzo físico que realizaba para darles vida, dejando entender que se hallaba hasta ese instante, vagando en lo más profundo de su alma, un lugar que no atinaba a decir si era cegadoramente luminoso o cegadoramente negro. -¿cómo esta señorito, que le trae por aquí?-dijo la anciana con su voz lenta y apergaminada desde más allá del entendimiento. -¡¡ehh nada, ¡nada realmente Señora, dije sobresaltado y lleno de nerviosismo, al despertar por su anciente voz del trance misterioso que me había hipnotizado al observarla.- ¡Últimamente disfruto a lo más-según yo- de la soledad de los parques, éste bosque es un superlativo de lo que busco, ¡no lo cree?- -¿de lo que busca eh?-dijo clavando sus muy ancianos pero también muy penetrantes ojos en mi- ¿y qué es lo que usted busca?, éstos lugares no son de gran entretenimiento para jóvenes como usted, nada le interesa a la juventud más que las fiestas tertulianas vanidosas-terminó diciendo con un gesto adverso casi siniestro que pudiera haber sido de amabilidad, si, pero que más bien era frío, ausente de emociones- Permítame hacerle una pregunta más joven, abusando de su graciosa inteligencia-dijo la mujer anciana- ¡ Lo que usted busca se encuentra en éste lugar? ó ¿sólo es un descanso lo que pretende al venir aquí?- dijo con su voz apergaminada; no era simple aquella voz, si se me permita aclararlo, si es que reverberancias tan lejanas tuviesen que ver con la realidad. -¡Dígame qué busca¡ llevo tanto tiempo aquí sentada rezando que la presencia de un joven romántico me ha traído gratísimos recuerdos, no importa que sea tan joven , me agrada su vitalidad, me interesa podría decirse- finalizó mirando mis proporciones. -Mmm, ¿lo que yo busco?-dije y la pregunta me ponía al margen de mi propia vulnerabilidad al desconocerlo yo en principio, al tiempo que me despojaba de mi bufanda dejándola entre ambos para buscar una mayor libertad de ademanes al responder- ¡Alivio Señora¡-dije con pretensiones airosas- ¡Algún alivio...¡- No atinaba el porqué le dije que buscaba alivio, ciertamente mi juventud era una constante búsqueda pero...¡¿alivio?¡... ¡¿Para qué manifestarle una inquietud así?¡, ¿No era una sensación que hubiese adquirido recién arribase a éste Bosque?¡, De no haber reflexionado esto, me hubiese parecido que mi vida de siempre hubiera necesitado de alguna expiación... -Ciertamente-dijo la anciana- todos buscamos un alivio a nuestras acongojadas atribulaciones-dijo la mujer- aludiendo en su gesto la sabiduría propia de una gran señora, al tiempo que se formaba en mi un velo sombrío que tejía aquella presencia desde su lugar inquisidor y que sutilmente comenzaba a provocarme una aversión siniestra por aquella misma mujer- ¡ El alivio tiene que resultar de una batalla, de un sacrificio vital, el alivio es la calma después de la tormenta, la paz después de la guerra, la paz después de la batalla no puede llegar sola, debe tomar entre sus manos muchas vidas y arrebatarle a su entorno la forma, la geografía. La paz entonces viene después del esfuerzo, de la catarsis caótica, después de la lucha, del dolor de desprenderse, de despojarse hijo-decía la mujer- es como subir una cuesta lentamente y al llegar a la cima pensar en dejarse caer, el alivio es una recompensa gratísima, hijo, que nos reconforta, pero puede costarnos muy caro...- terminó- ¿Aquel sería el gran secreto develado de manera tan simple y directa sin haberlo pedido, de la paz de los ancianos radiante hacia la humanidad juvenil? ¿Sería ya depositario de una gran secresía? ¡Pudiera ser la llave , al fin para mi perenne tranquilidad? Por alguna razón me sentí desnudo ante aquella mujer, no me encontraba preparado para ser cuestionado en mi existencia mas profunda, en eso consistía aquel juego de cortesía ¿no? Aquella mirada llena de conocimiento no podía dejar lugar a dudas, tenía cierta malicia, ¡Eso era ¡ Malicia pura¡ pulimentada por el tiempo anciente de aquella mujer misteriosa- una mujer tan sabia conocía como buen ajedrecista los linderos del cuestionamiento metafísico y en éstos cálculos iba de por medio cuestionar mi vida hasta sus más abismales existencias y pensamientos... De pronto el grito de un hombre rompió la aparente tranquilidad del entorno: -¡niños¡ ¡niños vengan para acá inmediatamente¡- tratando de evitar que sus críos se adentraran en el bosque, que para esos momentos cedía su verdor para dar paso a una oscuridad dijéramos, absoluta, que jugaba a complicidades con el bosque, acogiéndola, acrecentándola y dándole a éste lugar un matiz misterioso. Los nervios comenzaban a reaccionar de una manera un tanto a la defensiva en mi conforme pasaban los minutos de aquella tarde. No tuve más remedio que acercarme al sujeto para prestarle auxilio con sus hijos que parecían una recua de mulas despavoridas- ¡qué hacía prestándole ayuda con sus hijos?- sorprendente, una tarde de novedades, descubriendo aspectos ocultos de mi persona, ¡fabuloso lo que hace la reflexión con los demás¡, aquellos temores y suspicacias son producto también del hermetismo en que me encontraba por aquellos tiempos. Vino a mi mente el recuerdo de un paisaje que viví en algún momento: Estos misterios son como la neblina en la costa, en esos días al lado del mar, donde el Sol está misteriosamente cubierto y hace volver tu atención a los grises oscuros de la vida; éstas neblinas fantasmagóricas que te hacen olvidar los contornos de un geografía, sus despeñaderos , las rocas, a pesar de haber navegado por entre éstas un millar de veces, la niebla se propaga por el aire como el efecto amnésico de alguna sustancia por mi cuerpo que al final cuando menos lo esperas se disipa y se abren los escenarios tan amplios y claro que pareciesen nuevos lugares por descubrir. -Disculpe joven, la intromisión en sus reflexiones-dijo el preocupado padre- no debiera estar tan sólo en el bosque, lo de menos sería que enfermara, pero lo demás... -No se preocupe- respondí- estábamos a punto de retirarnos- -De retirarse querrá decir- replicó el apresurado Padre. -Retirarnos-insistí, atribuyendo la confusión a la oscuridad inminente que se cernía sobre nosotros- Permítame presentarle a la Señora... Tantas veces había querido ser testigo de algún fenómeno sin explicaciones y ahora resultaba ser yo el protagonista, junto a mí...¡Nada¡ ¡Nadie¡ Sólo el viento me acompañaba al momento de mira a mi lado para presentarle a aquél hombre con sus hijos a mi interlocutora; ni la más remota idea de lo que sucedía y mi cabeza daba vueltas tratando de ordenar los acontecimientos sin alcanzar a lograrlo. En aquel lugar hacían falta dos elementos: mi bufanda y la Oscura Señora misteriosa. Simple y llanamente habían desaparecido, sólo estaba a mi lado el padre, las dos criaturas y su pequeño perro que no dejaba de ladrar en la oscuridad. Mi nerviosismo me orillaba al pánico que jugaba con mi templanza para no perder la cordura. -¿Para dónde se fue?- le dije al señor. -¿Quién?- me respondió desconcertado. -¡ La Mujer anciana, no debe estar lejos, fíjese que hace un solo momento estaba con ella- le dije gritando exorbitado. -Aquí no ha nadie joven, no es usted tan mayor como para tener éstas ilusiones, le dije que el frío de éstos lugares puede trastornar la mente, le sugiero que nos marchemos antes que la temperatura disminuya más y terminemos ahora si, sino locos, congelados¡ -¡Pero estábamos terminando una conversación¡- repliqué algo molesto por la insinuación de haber manifestado falta de cordura- -Los que vamos a terminar aquí somos nosotros hijo, anda vayamos cada quien a nuestras casas que el frío y la niebla en estos lugares no son en lo absoluto buenos augurios, digamos que podrían ser premonitorios de algo peor, de eventos fatales... -Mortales, ¿a qué se refiere?, ¿puede ser más claro? ¿qué todo lo acostumbran decir con insinuaciones en éste lugar? -Sólo digamos joven que signos, signos de muerte, de mal augurio. -¿Qué son signos de muerte? ¿El frio?, ¿la niebla?, ¿la oscuridad?-traté de imponerme a aquella escena sin sentido. -La gente-dijo el señor- observa de reojo el ocaso, es de mal augurio-palideció un poco y una gota e sudor se alcanzó a notar caer por su frente- buscan a alguien para tomar su vida-terminó de decir, interponiéndose entre sus hijos y yo, protegiéndolos. -Le aconsejo que se marche y olvide todo lo sucedido incluyéndonos a nosotros joven no tenemos más culpa que la coincidencia y es todo lo que le puedo decir. La única certeza que tuve al final de lo acontecido aquella tarde fue la perdida de mi prenda y su significación, el paso hacia lo inevitable, lo había dado al llegar mi destino a cruzarse con aquel lugar y me sentía más liviano, en efecto. No logré obtener mayor dato acerca de las supersticiones o costumbres del lugar y el hombre se marchó apresuradamente por una de las veredas que daban al mismo lugar donde nos encontramos, me dispuse con igual rapidez a tomar el camino que me llevara a mi casa, mientras que a cada paso que me alejara de aquel paraje, sentía un peso frío sobre mis espaldas que me hacia estremecer con la idea de una entidad que se posaba sobre mis espaldas, como un buitre al acecho que me observase como carroña lista para ser finiquitada. Paso a paso sentía como esta fuerza tomaba mis sentidos, mi mente. Y no solo se conformaba con crispar mi piel sino que claramente, imágenes y visiones grotescas tomaban forma en el rabillo de mis ojos, obligándome a batir mi vista con las sombras que se me cerraban a cada metro que avanzaba...hasta que logré salir de mi ensoñación y de aquel Bosque. La Búsqueda. Al fin llegué a mis aposentos, después del terror y el desconcierto de los eventos del bosque, al entrar a mi departamento coloqué en sus respectivos ganchos las prendas invernales que me guarecían del frío y arropaban mi alma, coloqué el sombrero, el abrigo, y la bufanda...hice un movimiento tratando de encontrarla enrollada abrazada a mi cuerpo pero nada pude hallar, la había perdido, la sangre circundante de mi pecho al cuello y luego a la cabeza se enfriaba sin remedio y lo peor la sensación de pérdida, de despojo, la bufanda dejaba más que un vacío en el perchero, me sentía más liviano, cierto pero en un sentido más que físico, corpóreo, me sentía de una liviandad etérea, tenía la idea que aquel vació era una cicatriz, una marca en mi tejido pseudo-vivo de algún enfrentamiento o accidente donde hubiese siso cercenado, marcado por el desorden de la piel cediendo al entorno y lo peor, lo avatares, mis atribulaciones, lo percibía ya no serían resueltos, la esperanza se achicaba el sentido de lo inevitable se materializaba para mi. Noté de inmediato la temperatura más acogedora al interior de mi apartamento, no era precisamente cálido pero llegaba a mantenerme aislado de las rachas gélidas que reinaban en el exterior; al tiempo que mi alma al instante se acomodaba en aquel lugar dándome una sensación precisamente de alivio, cierta paz, pero era un reposo superficial, no terminaba de recuperarme de la experiencia con la anciana mujer del bosque y mi bufanda; presentía algo, ningún lugar por más apacible podría darme ahora, una entera tranquilidad. Em dispuse rápidamente a realizar mis actividades pendientes, la inactividad había llegado para quedarse y estaba un tanto harto de la libertad que se me permitía al no desarrollar ninguna obra, soy escritor, una suerte de oficio que se disfraza de zángano y anacoreta. Los encargos literarios llegaban a través de llamadas telefónicas; bastaba el timbrar del teléfono y después de escudriñar los tonos y acentos y matices de mi interlocutor, después de escudriñar la personalidad de mi cliente, notaba sus aversiones y preferencias, no era algo tan simple,se me figuraba como la búsqueda de una serpiente en un cuarto oscuro por un ciego, debía tratarse al cliente con la mayor sutileza posible aún cuando se detectasen razgos aversivos en él o ella. Debíamos hacer largos viajes por los terrenos mas insospechados para, como se ha dicho a lo largo del tiempo, notar que mis caminos llevasen a Roma. Sin embargo el esfuerzo funcionaba, el trabajo es lucha y la lucha trabajo y siempre rinde frutos, aunque parezca la empresa de un loco. Al final de cada llamada de mis clientes no sólo lograba establecer la forma de mi escrito sino que lograba ligar las sutilezas que sabía entretendrían a mis mecenas en los ratos que leyeran mis relatos en sus tertulias, ya por la analogía de algún héroe perdido en el tiempo con el cliente mismo, o la belleza mítica de la mujer que enamora todo a su paso al llegar a los poblados y rincones más diversos que se imagine, belleza tal como la mujer que lo leía. Retórica aduladora para mis mecenas. Encargos literarios. ME ubicaba en la ventana a lado de mi máquina de escribir y una taza de café, mirando la calle, respiraba buscando engranar mi respiración con algún destello creativo, la calle solitaria casi siempre y con una perenne alfombra de hojas que caían de los grandes fresnos que guardaban las banquetas, estoicos pretorianos vegetales, vivos y muertos, dijésemos dormidos, latentes, que con el tiempo se volvían sinuosos en sus ramas, pero de troncos, que por la fuerza de su fluido desde las raíces, eran capaces de romper el granito del suelo alrededor, romper la piedra, vegetales que rompen la piedra de manera inexorable y nada estorbaba en su elevación. No podía menos que reflexionar sobre la nobleza de éstos seres que deciden ascender antes que morir y morir de pie, en la ascensión, algo que los humanos no logramos siempre. Justo detrás del velo que me filtraba de la realidad miraba su escalada filosófica vegetal, yo sentado detrás de la ventana, decidía ser un discreto testigo de aquellos actos apolíneos, ubicado detrás del velo de mi habitación donde escribía. Pero algo sucedió, algo con mis sentidos, una percepción fuera de lo normal. Estando inmerso en mis contemplaciones percibí el aroma de la taza de café, profundo y sugestivo con mi ser, con mi mente, traté de libar lo que restaba de mi taza y nada había en ella, vacía, me dispuse a ir a la cocina por el resto de la cafetera que olía tan claramente, pero al llegar a la estufa y mirar dentro del traste nada había en ésta, seca, vacía, polvosa...nada. Todo estaba intacto cubierto por una finísima capa de polvo que todo lo cubría, hasta el más alejado rincón. Me sentí desorientado y con una gran frustración en i mente, enojo caprichoso de querer comprender el entorno incomprensible; pareciera que el umbral de mi tolerancia a las derrotas y el fracaso se barría, se borraba; últimamente nadie había reconocido mi inteligencia, mis ideas mis ideas ya no tenían la resonancia de otros momentos y esto me frustraba enormemente, ni todo el café del mundo lograría sacarme de aquella niebla intelectual en que me ubicaba. Me dirigí a la puerta con la firme convicción de cumplir mi deseo de aquella taza de café que percibí más en un sueño que en la realidad. Me coloqué el sombrero, disponiéndome a salir; éste cuidaba mi cabeza más allá de su calidez, era como un magneto de ideas, era la armadura de mi mente, era el birrete que le daba a mi persona la autoridad y la personalidad necesaria para crear; me guarecía de las ideas ordinarias y vulgares decía yo. Ya dotado de mis ajuares me dirigí a la plaza en busca de mi bebida, al salir noté la calle inusualmente concurrida, pareciese que alguna celebración tenía lugar en alguna residencia cercana, por lo que se desbordaba hacia el mismo sentido un sin número de personas entre niños, jóvenes, viejos, señoritas, señoras, hombres de todas las edades y apariencias, miles de ancianos, todo el mundo se había volcado en el momento en que decidí ir por mi bebida estimulante, pensé en evitarlos pero tal aglomeración me obligó a tomar la decisión de tomar el camino más directo por entre ellos, sintiéndome asustado por la estridencia de sus expresiones, risas, lagrimas, llanto y gritos murmullos y rezos, infinidad de gente en un torrente agorafóbico, me recordaban las celebraciones paganas de los pueblos rústicos al dirigirse con su difunto a su última morada, algarabías dolientes, el dolor más profundo que es el de la muerte, el de la última perdida, o quizá la propia perdida de la esencia que se manifestaba en alaridos desesperados, cantos desesperados por lo inevitablemente perdido, queriendo ahuyentar a los demonios y a los ángeles responsables del despojo de sus vidas. Ese era el fondo de aquel bullicio, superficialmente alegre, con matices oscuros que me llevan a reflexionar sobre lo efímero de nuestros pasos al vivir. No quería perturbarlos de más, de más; algo me hacía falta y si pensar reparé que había salido sin mi bufanda aquella prenda conservaba todos mis recuerdos entre sus tejidos, pero tampoco recordaba donde la había extraviado, ya ni siquiera alcanzaba a recordar el incidente de la anciana en el bosque... ¿Qué me pasaba? Todo lo pierdo y mi mente divaga de un lugar a otro sin lograr concentrarse, me siento ligero como el aire pero inconsistente. Antes siquiera de buscar mi bebida vespertina, debía regresar al bosque a buscar mi bufanda, vagaba mi mente entre un sin fín de recuerdos, ideas vívidas y porvenir; sin embargo aquella prenda la percibía como algo muy importante para míy tomé la idea al vuelo de recuperarla oponiéndome a la inercia de vagar sin rumbo por entre éstas calles. Me dirigí al último lugar donde recordaba haberla vestido, faltaba poco para la noche pero aún había luz suficiente para acompañarme hacia mi compromiso. Apresuré el paso decidido a llegar cuanto antes a mi destino, tratando de ubicar un pie por delante del otro un tiempo a la vez, repitiendo el proceso una y otra vez hasta llegar delante de la gran cerca que se me presentaba como anfitriona del lugar, que ya por las sombras de la tarde, misterioso lugar, se llenaba de figuras que tomaban forma ante mí, formas difusas, sombras y líneas filtrando la última luz y yo ante ellas. Le tomé la delantera a mis miedos pasado y a mi incertidumbre, quería buscar y hallar mi prenda porque ésta búsqueda representaba la búsqueda de mi mismo y no estaba solo, alrededor las sombras del bosque se me insinuaban un poco con su venia y mucho más recelosas de otra presencia y a la vez ninguna; caminé lo más directamente que pude al lugar del encuentro con aquella mujer al cabo de lo que supuse fue toda una vida, creí haber hallado la banca testigo de nuestro encuentro y de mi perdida, ya había notado con anterioridad que apartir de ese lugar se diversificaban caminos que se perdían hacia el fin de la vista en la tupida selva de árboles de aquel lugar , sin embargo había un sendero que se notaba diferente un poco más robusto e inmune a la floresta, lo tomé. Me llevó aquel camino a las regiones más atiborradas de la selva de este sitio, era algo filtrado de la realidad, las raíces, las intrincadas formas de las ramas filtraban mi mente a cada paso, despojándome a cada paso de mi alma y mi corazón, el camino se cerraba tras de mí y con ello también percibía el fin del capítulo de mi vida. Seguí caminando a través del bosque oscuro, el cielo apenas visible era negruzco grisáceo sin llovizna y levantando la mirada la impenetrable red de troncos y ramas que formaban la comunidad arbórea de aquel sitio. Llegué a lo que parecía ser un porche enmarcado de crecidas y olvidadas enredaderas debajo de las cuales se situaba de nuevo una banca de piedra, noté de lejos un descanso y al acercarme me di cuenta que algo yacía en aquel escalón, que familiar me resultaba aquel objeto y de inmediato una paz llenó lo que decía era mi alma. Parecía un infante abrazado a su madre y era una prenda algo que de una significancia tal que deseaba fuese lo último que me atara mis recuerdos, a los afectos recibidos a lo largo de mi vida, que fueron pocos; a sus fibras se les había añadido la esencia de mi vida, casi de manera fortuita como pasa con el cariño que de un día para otro, de ocupar todo nuestro ser, se desvanece y deja el paso un vació que llena lo que resta de nuestras personas atribuladas. En ese momento algo presentí y al volver la mirada una sombra se presentó ante mí; un instante de terror se apoderó de mí al notar ésta presencia a un lado y por delante, una figura frágil y osaria, acechante, era aquella mujer de mi encuentro al perder mi bufanda fetiche de la vida. -Y al final de cuentas es que has hallado alivio en tu ser?- sonó su voz etérea emitida de la nada y desde ella misma provocando en mí la sorpresa de trueno que precede la luz súbita de los relámpagos y nos hace reflexionar sobre la fragilidad de nuestro ser. No esperaba aquella presencia justo en aquel momento de paz, pero tomé fuerza para responder: -Me he dado cuenta que siempre que dicho alivio parece llegar se presenta otro evento que lo aleja de consumarse-le dije con reproche aún asustado pero valiente- quizás por momentos es que deseo terminar de una vez por todas con éste círculo. lo único que deseo es descansar de tales círculos exasperantes, albergo con fe la idea de aglutinar en mi ser todos mis anhelos pasados, presentes y futuros, ¿cree usted poder ayudarme?- le dije dirigiendo mi mirada a la suya siendo los momentos más desconcertantes de los que hubiese tenido memoria. Es muy fácil-se dirigió a mí de nuevo- Sígame-ordenó con aquella voz que venía de todas partes y de ninguna.- Regresé la mirada hacia atrás para ubicar mi presencia en aquel lugar, la banca, la desorbitada enredadera, el camino y aquella cerrazón de árboles que tanto captaban mi atención, paseando mi mirada de izquierda a derecha maravillado con aquello que dejaba atrás. Al regresar la mirada hacia mi acompañante la sorpresa fue de nuevo la misma de aquella tarde: ¡Nadie¡ nadie estaba conmigo más que las hojas desordenadas en el piso por el viento, nadie estaba a mi alrededor¡ Me dirigí hacia el final del camino que se estrechó tanto que casi me hace perder el conocimiento, hasta que desbordándose éste hacia un claro, salvo la gris penumbra de la tarde, llegué a una majestuosa construcción que conjuntaba la espiritualidad de todas las almas, se veía en aquella edificación la intención de dar respuestas a todas las vidas que junto conmigo buscaban alivio a sus almas, mezcla de iglesia, mezquita,sinagoga, o demás templo, maravilloso, solemne y frío, muy frío y enorme... Alcancé a ver entre sombras la entrada al final de los arcos que iniciaban la edificación, una magnífica puerta de madera, un enorme arco dotado por las maderas más robustas donde presentí todas las almas habrían pasado hacia su destinación, añeja y majestuosa puerta de aquel castillo milenario. Sólo tuve una última intención en aquel sitio, acercarme y preguntar por qué se había ido mi tiempo, mi reloj de oro y mi bufanda, me acerqué a la puerta...¡TOC-TOC¡... FIN.